La máscara de parachico es una de las piezas artesanales más representativas del estado, se elabora de madera de cedro, el artesano necesita de 10 diez para producir una y su valor en el mercado es de dos mil 800 pesos, la tradicional y tres mil 500 la barbada.
Cada máscara tiene sus propios rasgos de acuerdo a la tradición de Chiapa de Corzo, y por supuesto, el gusto del tallador, después de tallar la figura, la máscara es pintada a pincel y luego con esófago de res.
La máscara de parachico representa la típica imagen que el indígena tenía del español, es decir, frente amplia, patilla rizada, nariz recta y afilada, ojos claros, bigote, barba rasurada y mejillas sonrojadas.
Es uno de los objetos o indumentaria del parachico, un danzante que recuerda a una española que llegó a Chiapa de Corzo en 1711, Doña María de Angulo, una mujer criolla que repartió alimentos a los vecinos de esa ciudad en agradecimiento a los brujos que sanaron a su hijo de una enfermedad.
El parachico es un danzante que porta una máscara tallada en madera, una montera, es decir, peluca burda tejida con ixtle, como vestimenta lleva una chalina amarrada a la cintura como delantal, un pantalón negro, un sarape multicolor, un pañuelo al cuello y una aja bordada a la cintura.
Los ahora fabricantes de la máscara como Don Antonio López Hernández y su alumno, Ulises Pérez, sostienen que la máscara fue elaborada para entretener al chico que estaba enfermo.
Poco a poco, con el paso de los años, el objeto de 10 centímetros de ancho, 20 de largo y 12 de alto, se convirtió en un elemento de identidad de la Fiesta Grande de Enero en Chiapa de Corzo, por los danzantes que recorren las calles exhibiendo la alegría de todo ese municipio, ubicado en una de las márgenes del Cañón del Sumidero.
Las “chuntá”, hombres vestidos de mujeres recorren las calles, “los parachicos” y las representaciones de doña María de Angulo, hacen lo propio en una alegre celebración llena de tradición y colorido, el evento peculiar por la salida y danza de los Parachicos.
“La Fiesta Grande de Enero” es una tradición de los chiapacorceños, es la que recuerda los infaustos días en que en medio de la sequía y el hambre, recibieron a la mujer con su hijo enfermo.
Su hijo, recuerda la leyenda, padecía un extraño mal que le impedía mover las piernas, había recurrido a los médicos más reconocidos y sin que lograran recuperarlo, de ahí que decidió visitar varios lugares en busca del remedio “para el chico”.
AI poco tiempo apareció el de Namandiyuguá (Cerro brujo), quien después de examinar al joven, le recetó pócimas de hierbas y ordenó que se llevara al chico a los baños de Cumbujujú, al “lugar donde abunda el jabalí”) para completar el tratamiento, poco después, el joven empezó a recobrar la movilidad.
Agradecida, María de Angulo mandó traer desde tierras distantes ganado y grandes cantidades de cereales para paliar la crisis, ordenó que se destazara cada día una vaca en la plaza y repartió canastas con víveres entre la población.
Se cuenta que en el mes de enero, el día de San Sebastián, doña María mandó sacar a su hijo en andas y desnudo -como el santo-, para que no volvieran las penurias al pueblo, más tarde, ambos regresaron a su país y los lugareños relacionaron la abundancia con la petición hecha por la mujer y su hijo al santo.
Es uno de los objetos o indumentaria del parachico, un danzante que recuerda a una española que llegó a Chiapa de Corzo en 1711, Doña María de Angulo, una mujer criolla que repartió alimentos a los vecinos de esa ciudad en agradecimiento a los brujos que sanaron a su hijo de una enfermedad.
El parachico es un danzante que porta una máscara tallada en madera, una montera, es decir, peluca burda tejida con ixtle, como vestimenta lleva una chalina amarrada a la cintura como delantal, un pantalón negro, un sarape multicolor, un pañuelo al cuello y una aja bordada a la cintura.
Los ahora fabricantes de la máscara como Don Antonio López Hernández y su alumno, Ulises Pérez, sostienen que la máscara fue elaborada para entretener al chico que estaba enfermo.
Poco a poco, con el paso de los años, el objeto de 10 centímetros de ancho, 20 de largo y 12 de alto, se convirtió en un elemento de identidad de la Fiesta Grande de Enero en Chiapa de Corzo, por los danzantes que recorren las calles exhibiendo la alegría de todo ese municipio, ubicado en una de las márgenes del Cañón del Sumidero.
Las “chuntá”, hombres vestidos de mujeres recorren las calles, “los parachicos” y las representaciones de doña María de Angulo, hacen lo propio en una alegre celebración llena de tradición y colorido, el evento peculiar por la salida y danza de los Parachicos.
“La Fiesta Grande de Enero” es una tradición de los chiapacorceños, es la que recuerda los infaustos días en que en medio de la sequía y el hambre, recibieron a la mujer con su hijo enfermo.
Su hijo, recuerda la leyenda, padecía un extraño mal que le impedía mover las piernas, había recurrido a los médicos más reconocidos y sin que lograran recuperarlo, de ahí que decidió visitar varios lugares en busca del remedio “para el chico”.
AI poco tiempo apareció el de Namandiyuguá (Cerro brujo), quien después de examinar al joven, le recetó pócimas de hierbas y ordenó que se llevara al chico a los baños de Cumbujujú, al “lugar donde abunda el jabalí”) para completar el tratamiento, poco después, el joven empezó a recobrar la movilidad.
Agradecida, María de Angulo mandó traer desde tierras distantes ganado y grandes cantidades de cereales para paliar la crisis, ordenó que se destazara cada día una vaca en la plaza y repartió canastas con víveres entre la población.
Se cuenta que en el mes de enero, el día de San Sebastián, doña María mandó sacar a su hijo en andas y desnudo -como el santo-, para que no volvieran las penurias al pueblo, más tarde, ambos regresaron a su país y los lugareños relacionaron la abundancia con la petición hecha por la mujer y su hijo al santo.
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